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“Siempre es valioso buscar estrategias para que la palabra circule”

El ciclo Somos cierra el año compartiendo la palabra de Carina Nosenzo, poeta, artista visual, y docente universitaria de Roca/Fiske Menuco. “Se escribe desde el ser un cuerpo en unas condiciones materiales de vida que no pueden dejarse de lado”, afirma la autora del poemario “barrio 140”, publicado este año por el FER. Una charla sobre sus búsquedas expresivas, el diálogo entre lo personal y lo colectivo que subyace al acto creativo, y las diferentes estéticas poéticas en sus obras.

Fecha: 15 de diciembre de 2025
Carina Nosenzo, poeta, artista visual y docente de Roca/Fiske MenucoCrédito: Gentileza Carina Nosenzo

Por Sebastián Carapezza

Tiene un vocabulario rico, casi inagotable. Habla pausadamente, con profundidad y agudeza, de cualquiera de las aristas de su hacer actual, sea la docencia universitaria, la escritura, las artes visuales, la militancia… Y ya desde la palabra transmite la pasión con la que vive cada rol. Datos iniciales que no alcanzan a ilustrar a Carina Nosenzo, pero adelantan una idea de la diversidad de sus búsquedas. Describirla solo como escritora sería una mezquindad.
Abro la charla situándonos en el alto valle rionegrino, paisaje que habita. Pregunto si amanecer cada día en Fiske Menuco marca su escritura o si saldría lo mismo en otra latitud. Su respuesta, como las que seguirán a lo largo de la entrevista, resuena contundente y sin eco.

- Creo que podría escribir en cualquier lado porque me parece que hay cosas que son universales; temas compartidos por los grupos sociales, no por razón de región geográfica. Así, un determinado sector, supongamos de docentes, comparten ciertos códigos, palabras propias, una forma de nombrar y ver el mundo. Por ejemplo, mi tesis de comunicación la hice sobre poesía rionegrina, es decir, abarcando un territorio grande pero atravesado por rasgos comunes… cierta forma de hablar, alguna cadencia…

- ¿Cómo fue tu infancia en relación a la literatura y ese nombrar el mundo?

- Provengo de una familia de obreros. Mis viejos hicieron hasta tercer grado, que era lo que se frecuentaba en el campo, donde vivíamos. Entonces no había muchos libros en mi casa. Sí estaban presentes el Martín Fierro, la Biblia, y un diccionario. Y permanecía la idea de que estudiar ayudaba a ser alguien. Eso sin dudas me movilizó a leer todo lo que podía. 
Tiempo después me asocié a una biblioteca popular, con una cuota mínima que lograba pagar con los vueltos de las compras, y fue algo muy importante en mi vida... Es que al vivir en la chacra, ir a la biblioteca significaba toda una salida: vestirse bien, encontrarse con amigas, conversar sobre distintos temas. Otra de las cosas que pasaba en ese entonces era que a mi madre le encantaban las novelas pero tenía un problema en la vista y no tenía anteojos, entonces yo le leía. Así empecé a sacar “best sellers” de todo tipo para leer con ella... En esa época leía dos o tres libros por semana, novelas enteras. 
Cuando ya iba a la escuela primaria, que era de monjas, comencé a gestionar libros que estaban bajo llave, de alguna manera encerrados, en la biblioteca del colegio. Recuerdo sacar las obras completas de Allan Poe, algo que me marcó para siempre. Hasta ese momento era una lectora sin guía, y comencé a leer a este autor y las referencias que mencionaba, y a partir de ahí empecé a tener una ruta de lectura y a escribir algunos cuentos, sobre todo de terror, claramente influenciada. Eso sigue hasta el día de hoy, porque la literatura que me gusta es la de terror y de fantasía… Me hubiera gustado escribir más esos géneros, pero no los desarrollé, me volqué a la poesía.

Cuando terminó la secundaria, Carina tenía claro que quería formarse en la universidad. Pasó por un montón de empleos para solventar los estudios y uno de esos trabajos la llevó a Sierra Grande. Fue allí cuando, a sus 19 años, coincidió y fue vecina de Liliana Campazzo, quien coordinaba un taller en la biblioteca del pueblo. En ese espacio descubrió la poesía, algo que casi no se daba en los colegios: Oliverio Girondo, Julio Cortázar, Nicolás Olivari, Raúl Gonzalez Tuñón, Juana Bignozzi, Arthur Rimbaud, Anonin Artaud. Según cuenta, ese taller fue algo bisagra en su vida literaria, no sólo por la duradera amistad que cultivó con Liliana, sino por el mundo que empezó a abrirse y a partir del cual llegaron otras tantas obras, muchas de literatura argentina.

- Repasando los autores con los que te encontraste en aquel taller, su diversidad de estilos, procedencias… ¿te interesa la vida del artista? ¿influye en la valoración que das su obra?

- Creo que leo las biografías de los artistas para buscar referentes… Quizás hay un artista que te gusta mucho, pero te das cuenta de que tiene una alianza con el fascismo, y eso nos produce algo conflictivo y contradictorio. Hay autores que leo pero siempre teniendo presente quiénes fueron en la historia. 
Un poco quizás por eso en la actualidad estoy leyendo sobre todo a mujeres, algo que sin dudas tiene que ver con una elección… Es que fueron muchos años de leer solo hombres, sus maneras de expresarse. Nosotras definitivamente tenemos otras formas, otro lenguaje. Hice mi tesis sobre “Poetas mujeres de Río Negro” porque quería mostrar lo que ellas dicen. Y justamente se escribe desde el ser un cuerpo en un espacio determinado, con unas condiciones materiales de vida que no se pueden dejar de lado porque forman parte de una. Me parece que escribir tiene que ser un acto muy auténtico, porque a pesar de que se toma distancia de una misma, la voz tiene que ser propia, reflejar tu clase social, tu condición real de existencia, sobre todo en la poesía, porque en narrativa siempre se puede crear una historia, un personaje.  
Para esa tesis compaginé material entre el 2005 y el 2009, y lo que me interesaba mostrar eran las diferentes voces de cinco autoras rionegrinas: Eliana Navarro,  Marcela Saracho, Liliana Campazzo, Iris Giménez y Paula Fava. En cada apartado profundicé sobre los aspectos que aparecen en la escritura de cada una. En el conjunto vi que estaba presente una mirada de género, era posible construir una toma de posición y una voz desde lo femenino, algo que poco tiempo atrás no aparecía, no era tan evidente.
En términos más amplios, Ernest Hemingway decía que para escribir no solo había que leer, sino apreciar muchas otras formas de arte y tener experiencias de distintos tipos de lenguaje artístico. 

CONSTRUIR LA OBRA

- Cada una de las obras que publicaste tienen improntas claras. Por ejemplo, en “La ruta de Ícaro” (UNRN, 2018), sostenés que el libro es viaje y lectura ¿Cómo pensás ese cruce?

- Sí, como adelanta el título, el viaje en la ruta y la lectura del mito. Leer es un diálogo con otro, una reescritura. Todo el tiempo estoy con un libro bajo el brazo y durante su lectura convivo con esa otra voz, esa otra mirada, una “pequeña voz”, como dice Diana Bellessi de la poesía. Y entonces puede suceder que de ese diálogo que entablo con otro autor, surja una respuesta. Así nacieron “Cuatro versiones para Irma Cuña”, poemas que abren el libro. En definitiva, leer es un viaje; es el espacio donde se toma contacto con realidades diferentes, incluso fantásticas.
La estrategia de escritura en esa obra fue ir narrando a medida que me iba moviendo, tomando las impresiones de lo que tenía alrededor. A su vez, tratar de meterme tanto en personas como en objetos que me rodeaban, tomar diferentes puntos de vista. Ahí también hay un viaje porque hay un “salirse”, irse de una, esa distancia para intentar mirar como lo haría otro. En ese sentido, hay una puesta en voz de historias individuales, familiares, de mujeres, colectivas, que se construyen con distintos grados de acercamiento o distancia.
Así se fue construyendo ese libro. Por eso la imagen de la ruta está presente, y la recopilación de impresiones que tomaba del entorno generan un clima interior que permite eso. 
Algunas de esas impresiones se ligan a lo que Dafne Pidemunt afirma en el prólogo de “barrio 140”, poemario publicado este año por el FER. Allí se lee: “... En un mundo donde la metáfora parece no tener lugar, Carina nos obliga a imaginar. Que nada sea completamente dicho, que nada sea completamente nombrado. Que lo importante esté en lo que aparece. Vestigios de un recuerdo al que nos incorpora para que construyamos otra historia detrás de la que ella nos cuenta. (...) Un poemario que construye el espacio con la arquitectura de un paisaje que debemos moldear mientras avanza la lectura, surco o cicatriz delimitada por formas claras que acompañan el contenido. No desde lo ajeno, sino desde un nosotras que instaura la existencia necesariamente social y colectiva, así sean dos o tres quienes se entrecrucen en ese ´yo´”. Indago sobre la decisión de ese estilo de construcción… 

- En esos momentos estaba trabajando sobre aquello que queda afuera del texto, y quien lee termina de completar. Como un iceberg, en cada obra se sugiere, se muestra una parte, pero hay un montón que no se ve, que en definitiva es lo que quedó excluido. Y allí está la relevancia del diálogo que se establece con quien lee… es que el texto no está vivo hasta que alguien no lo lee. 
En ese sentido, permanentemente estoy haciendo talleres de escritura, y los de “barrio 140” son poemas que iba creando en diálogo con otras personas y lecturas. Creo que el acto creativo no es individual sino colectivo, por eso me interesa participar de estos espacios para compartir e intercambiar textos. La interpretación a la que se llega con un grupo nunca es igual a la que puede hacerse en solitario; aquella es colectiva, interpersonal… 
Hice cuatro versiones de esta obra antes de llegar a la definitiva. Cada versión significó modificaciones en el texto, el título, el formato de cada parte, etc. ¡Menos mal que lo publicaron porque sino volvería a cambiarlo! Por lo general me lleva unos dos años terminar el proceso… del primer borrador a tenerlo listo hay puesto mucho tiempo y esfuerzo. 

- ¿Hay denominadores comunes entre tus obras?

- Creo que cada libro es distinto; en cada proyecto me planteo algo diferente. A veces trabajo sobre una determinada tesis, o una recopilación de textos escritos en cierto periodo, por ejemplo. Y voy cambiando de formas, no me limito a escribir siempre de la misma manera. Luego, con cada obra se cierra un ciclo, y cuando termino me olvido de cómo la escribí y paso a otra cosa. Sin embargo, la mirada del lector puede encontrar alguna línea común que personalmente no veo.
El primer libro que publiqué fue “Cruces”, en 2005. Después hice publicaciones artesanales con ilustraciones propias, libros cosidos a mano, todos diferentes. Se llamó “Colecciones mínimas” y reunió trabajos surgidos de diferentes experiencias con modos de impresión artesanales que fui probando tras participar en algún taller gráfico…. Experimento constantemente con cosas bien variadas.

Luego, la estética de las poéticas de “La ruta de Ícaro” y “barrio 140” son muy diferentes. Son libros que no tuvieron proyecto previo. Cuando escribí aquellos textos no dije “quiero hacer tal cosa”, sino que escribía todos los días y más tarde vino el trabajo de crear un recorrido de lectura para esos poemas. En el primero fue el viaje, y aparecen también  determinadas cosas que pasan en el entorno: el fracking, la desertificación de nuestra provincia, las consecuencias del extractivismo, una mirada centrada en el medioambiente y la gente. A su vez, “barrio 140” tiene todo eso pero es algo más local, con un recorte espacial, es más acotado. También comenzó a aparecer en el texto algo sobre el cuerpo, sobre el yo, que antes no estaba tan presente. 
Ese intento de transformación que empezó a asomar dio lugar a mis otras dos obras que son “nenas”, de 2023, y “la pieza era compartida” de 2024. Ahí sí hubo un proyecto: el primero de esos libros inicia con un epígrafe que dice “quiero escribir como se baila”, y habla sobre la búsqueda de un espacio placentero, de deseo físico, de movimiento y liberación del cuerpo, y un intento de que lo gráfico del poema se refleje en una construcción musical, con el baile y el movimiento. Eso se ve en una ruptura de lo lineal del discurso… siento que le puse una bomba al poema, que estalló y las letras quedaron dispersas. Por otro lado, en el dibujo del poema hay una intención gráfica. 

Y eso se continúa con “la pieza…”, que tiene una idea previa muy clara acerca de lo que quería escribir. Esos dos libros se pueden leer como si cada uno fuera un solo poema, contrariamente a los dos anteriores que tienen textos que empiezan y terminan, y se pueden leer de manera independiente.

                                     Presentación de “barrio 140” (FER, 2025) en la Feria del Libro de Viedma

Alimentar a la Musa

- Estudiar, leer, escribir, dibujar, inventar historias, actuarlas, para mí era todo lo mismo, actividades que hacía con mucho placer. En una época era muy tímida y me encontré con que en la escritura podía explayarme, expresarme sin temor, sentirme libre -cuenta Carina en una vuelta a la experimentación como materia prima. 
Y pensando en el lector agrega: 
- El hecho de tomar la palabra en cualquier ambiente implica al destinatario, que puede no ser físico, empírico ni ideal… La forma en que se produce la lectura, la forma que escojo, de alguna manera construye cada vez el cómo se debería leer el texto. Si tengo que pensar desde una mirada teórica, me parece que no hay que subestimar a los lectores. Son personas inteligentes e imaginativas, a las que creo que no hay que darles todo ya masticado como a un pollito.

- ¿Ser escritora es puro esfuerzo o también existe la musa inspiradora?

- Si me pregunto desde dónde escribo la respuesta sería desde un cuerpo que está en un espacio material. Son cantidades de horas que ese cuerpo le pone a ese oficio, como podría ser a cualquier otro. Sin embargo, como dice Bradbury, “hay que alimentar a la musa”. O sea que, para lograr esta actividad, hay una serie de cosas que hacer para estar en sintonía y sensorialmente activos. 
En la actualidad me pongo un horario determinado, por ejemplo. Cuando comencé a escribir lo hacía parada en el colectivo, en la espera de un turno o caminando; llevaba siempre conmigo una libretita… Pero la Carina de hoy, como tiene mucho trabajo, para ponerle un límite a las obligaciones y tener este espacio de deseo, se levanta bien temprano y escribe unas dos horas diarias. Elijo ese horario porque me gusta mucho escribir sobre los sueños y a esa hora todavía los tengo frescos. Y es un momento propicio porque las cosas suelen estar tranquilas, el día no arrancó y el silencio acompaña. 

Creo que en estos tiempos modernos con el mail, whatsapp, alarmas y mensajes de todo tipo, hay una invasión de las tecnologías sobre la vida privada. Esa es la manera que encontré de ponerle un coto, y sostener un tiempo para mis deseos. Creo que tiene que ver con conservar la salud mental, tener un espacio que esté ajeno al capitalismo y las obligaciones en general. Son diferentes estrategias que funcionan en diferentes momentos de la vida.
Llevo mucho tiempo escribiendo y dibujando, aunque esto último lo dejé un tiempo para enfocarme y poder profundizar en la escritura. Adquirir un oficio requiere una constancia en un mismo lenguaje que permita explorar. Recién ahora volví al dibujo y a lo visual, en la carrera de Artes Visuales del IUPA (Instituto Universitario Patagónico de las Artes). En ese sentido, en las últimas dos publicaciones logré hacer confluir ambos lenguajes, que era un gran deseo: en “barrio 140” las ilustraciones de tapa y contratapa son collages míos, e intento seguir por esa línea... 

- Sos licenciada en Comunicación Social, profesora de Lengua y Literatura, poeta, artista visual; también formás docentes, comunicadores y actores. ¿Cómo te definirías en primera persona? 

- No me gustan mucho las definiciones porque hay algo que tiene que ver con el devenir, con un movimiento constante. Podría definirme así, como un ser que está en constante movimiento. De hecho, además de las que nombrás, experimenté en otras disciplinas como teatro y narración oral, y todo lo hago porque me gusta estar siempre haciendo cosas.
En gran medida ese movimiento tiene que ver con mi espacio laboral en diferentes instituciones: soy docente en la Universidad del Comahue, en la carrera de Comunicación, con clases de un perfil periodístico y literario; también en el Instituto de Formación Docente en el Profesorado de Lengua y Literatura, dando una formación desde la perspectiva literaria; y en el IUPA, en la carrera de teatro, doy una materia teórica de análisis de texto dramático. Todo este bagaje de conocimientos es algo que agradezco a la universidad pública, porque sin dudas que el marco teórico que me dio me permite moverme en todos estos ámbitos. 

- ¿Qué objetivos literarios tenés pendientes?

- No tengo otros proyectos nuevos porque cerré varios de golpe, ya que publiqué tres libros en los últimos tres años, fueron tiempos muy intensos… Y si bien estoy produciendo, escribiendo todos los días, no es con un proyecto particular. En realidad, tengo aún tres proyectos abiertos, tres libros empezados… Pero ahora quiero parar un poquito.
Por otro lado, estamos haciendo una experiencia grupal junto a otros poetas con quienes producimos una revista mural, un afiche, que se llama “Operativo ternura”. Tratamos de operar desde un lugar de contención, como para ponerle ternura a esta época que estamos viviendo, en la que permanentemente somos violentados, insultados y agredidos. El material es gratuito, lo pegamos en paredes, escuelas, en la calle.
A su vez, entre todo, pude hacer un fanzine con los textos, las poesías, escritas por mis alumnos en base a las consignas que trabajamos en el aula. Ese fanzine tiene una veta muy gráfica y una clara conjunción entre lo visual y lo escrito. Es un proyecto que quiero seguir llevando a cabo, me parece que siempre es valioso buscar estrategias para que la palabra circule. 

Publicación de distribución gratuita producida junto a un grupo de poetas

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Ciclo Somos │ Coordinación, producción, edición: María Eugenia Aliani - Entrevista: Sebastián Carapezza

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